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20 años viviendo por fe


Este mes cumplo 20 años como cristiana. Son 20 años en el camino de la fe, 20 años en donde, como muchos, he vivido de todo: amor, felicidad, desilusión, tristezas, pruebas, dolor, alegría, gozo, desesperación. El ser cristiana no me ha “eximido” de mis emociones. No ha hecho que, de pronto, todo sea color de rosa como algunos pueden pensar. La vida es igual de difícil y maravillosa para cristianos y no cristianos. La vida tiene pruebas para todos, todos tenemos momentos de dolor y momentos de alegría, momentos que quisiéramos no tener que pasar y momentos que repetiríamos una y mil veces si se nos permitiera.


¿Qué me ha dado entonces ser cristiana?: para mí, el resumen es una vida de fe y esperanza.

Este mes quiero dedicar las primeras publicaciones de este blog a contar las cosas que Dios ha hecho en mi vida, como Dios personal que es.


Para comenzar, les contaré cómo fue ese momento personal donde conocí a Dios y lo reconocí como mi salvador. Fue en octubre del 2003, tenía 14 años. Aunque esa etapa de mi vida cada vez es más borrosa, recuerdo ese día con claridad.


Recuerdo que por esos días había muchos problemas en casa, se sentía una gran tensión por los diversos problemas entre mis padres. Peleábamos entre todos continuamente, todos estábamos inconformes y tristes, sentíamos la tensión, enojo, molestia. Era como si mis padres quisieran escapar y nosotras también (mi hermana y yo). A esa edad no es que puedas escapar realmente, estás bajo las decisiones de tus padres, viviendo las consecuencias de las decisiones que ellos toman. Yo me sentía atrapada, sentía que vivía en un ambiente hostil donde ninguno quería estar.


Ese día mi papá estaba molesto porque yo no había hecho alguna responsabilidad de la casa. Me gritó y me dijo cosas hirientes. La discusión escaló rápidamente y pronto ambos estábamos gritándonos. Yo le respondí con palabras aún más hirientes producto de mi herida. Lo cuestioné como padre, le eché la culpa por todo, lo dejé sin palabras. Me fui a mi cuarto molesta a seguir llorando, estaba demasiado molesta, herida, devastada. Cerré la puerta con furia, no aguantaba más nada de lo que estábamos pasando como familia.


Pronto me encontré peleando con Dios. ¿Existes? ¿Eres real? ¿Por qué si existes permites que pasemos por tanto dolor? ¿Por qué dejas que mi familia se destruya? ¿Por qué eres malo? ¿Por qué no nos cuidas? ¿Por qué, por qué, por qué? Estaba llorando mientras hablaba con Dios. No entendía nada de lo que pasaba. De pronto le dije a Dios: “si existes, muéstrate, porque yo no creo”. Tenía una biblia cerca, y al decir esas palabras la arrojé a un lado. La biblia se abrió en ese instante en Santiago 3: La lengua.


2 Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo.

5 Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!

6 Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.


Sabía que Dios me estaba respondiendo. Había dicho cosas tan hirientes a mi padre minutos antes, estaba yo misma tan herida por las cosas que se me habían dicho. Leí el capítulo completo, me quebré nuevamente, oré y simplemente dije: “creo”.


En ese momento, sentí que Dios me estaba abrazando en medio del dolor. Con los ojos cerrados, mientras lloraba, sentía cómo Dios me sostenía, me consolaba y me decía que todo iba a estar bien. Y por primera vez en mi vida, esa tarde, en un cuarto a solas con una biblia, entre Dios y yo, sentí paz.


Luego, las cosas se pusieron peores en la familia, pero algo en mí había cambiado. Estaba viviendo mi primer amor, su palabra me sostenía cada día y me daba paz. Comencé a leer sus promesas para mí, comencé a escuchar a Dios. Por más que todo se puso peor (no estoy exagerando), en el peor día de todos yo sentía paz. Una paz indescriptible mientras todos lloraban alrededor. Pude consolar a quienes estaban alrededor. Sentí como Dios me consolaba en medio del dolor.


Esa paz es la que Dios promete en su palabra en Filipenses 4:7, la paz que sobrepasa todo entendimiento se hizo real en mi vida en ese momento:


7 Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.


Así comenzó mi camino con el Señor. A mis 14 años y para siempre.


La oveja encontrada

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